En el barrio ya no están para eufemismos, dicen. No están indignados, sino cabreados. Con los políticos y su aforamiento, con el evangelio del apocalipsis según santa economía, sobre la corporación periodística y la opacidad de sus fuentes informativas cuando les interesa ocultarlas (aunque siempre están dispuestos a publicar el nombre de las personas corrientes que han cometido un desliz noticiable).
Más que indignados, pues, cabreados sobre la broma grosera de las Constituciones que proclaman, generosas y perdonavidas, el derecho al trabajo y a una vivienda digna. "Se dirige usted a mí?, preguntaba Alan Ladd en la película "Raíces profundas".
Y algunos recuerdan otras películas con héroe solitarios, como "Solo ante el peligro", "Johnny Guitar", "La ley del silencio", "La jauría humana", "Conspiración de silencio", "El proceso", "Los pájaros"" (otros, más humorísticos, recuerdan al antihéroe de "Toma el dinero y corre"), títulos emblemáticos para esta época.
Tan cabreados están los del barrio, incluso los aficionados a la lectura, que ya no explican chistes sobre el presunto libro que nos deben estar preparando Paul Auster, Javier Cercas o Ruiz Zafón para el próximo Sant Jordi, fiesta del libro y la rosa en Catalunya.
Ni hablan siquiera, ocupados en el día a día de la corrupción nacional, del último poemario de Pere Gimferrer, el poeta catalán al que muchos críticos confunden con un representante de joyería, como si, en lugar de palabras y versos, llevara joyas en el maletín y tratara con joyeros hipotecados.
1 comentario:
Amigo Albert, lo que dices de Gimferrer es impagable, bie, bien bien.
Ya nadie cuenta chistes.
Salud
Francesc Cornadó
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