Jules Chéret
Después de fiestas y vacaciones, viene la resaca, la cruda realidad con todo su peso, con todos sus recortes y rebajas de la ilusión.
Dice un personaje de la novela "Caterva", del escritor argentino Juan Filloy: "Trabajaba ya de ilusionista por cuenta propia, después de haber sido iluso por cuenta ajena".
Descubro un enigma escrito con tiza en la pared de un edificio:
"Por un lado, hay unos vagabundos en el barrio, unos marginados del mundo que orinan y hacen sus deposiciones en la calle.
Por otro lado, hay unos turistas, unos integrados consumistas que, al volver de madrugada de la playa de la Barceloneta, gritan, orinan y vomitan en la calle.
¿Cuál es la diferencia entre unos y otros?", pregunta el enigma de la pared, escrito seguramente por un vecino, y añadiendo al final de la nota que la solución la dará otro día.
Aquí, en estos barrios portuarios y de playa, todas las noches es fiesta para los otros y han desaparecido las razones de los días laborables, recordando aquel poema de Gil de Biedma, "Lunes".
Y los vecinos son los verdaderos extranjeros del lugar.
El suplente del cronista
5 comentarios:
La respuesta al enigma podría ser que no hay diferencia.
Sí que hay diferencia: antes de evacuar, unos han tomado un cartón de tinto de verano "Don Simón", y los otros han tomado ginebra y whisky on the rocks. Difrencia en la calidad del consumo, para llegar a lo mismo, a la evacuación pública.
deposición 1.
(Del lat. depositĭo, -ōnis).
1. f. Exposición o declaración que se hace de algo.
2. f. Privación o degradación de empleo o dignidad.
3. f. Der. Declaración hecha verbalmente ante un juez o tribunal.
~ eclesiástica.
1. f. En el antiguo Código de Derecho Canónico, castigo medio entre la suspensión y la degradación, consistente en una privación de oficio y beneficio para siempre, con retención del canon y fuero.
deposición 2.
1. f. Acción y efecto de deponer.
2. f. Evacuación de vientre.
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En ciertos barrios y pueblos de Catalunya (Lloret de Mar, Salou, el Barrio Gótico, el Born, la Barceloneta y el Raval de Barcelona, etc.), el negocio desaforado del turismo ha roto la convivencia. Antes deseábamos recibir a turistas, ahora los tememos cuando suben por la escalera, botella en mano, a destruir el apartamento del fin de semana debajo del cual vivimos.
Unos, los vagabundos, no tienen casa y hacen sus cosas donde pueden o les dejan, entre los automóviles aparcados o detrás de un árbol. Los otros, los que tienen demasiadas casas, los turistas ebrios de consumismo y ginebra barata, hacen sus cosas donde les da la gana, por ejemplo, en el portal de mi casa.
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