miércoles, 4 de febrero de 2009

DIOSES, TUMBAS Y SABIOS












Alberto Savinio, Apolo



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Ataque frontal al buen nombre de la Pensión Ulises, en cuyas oficinas nos ha llegado un sobre con el remite de Alberto Savinio, el hermano panfletario de Giorgio de Chirico.
No envía dos apuntes enciclopédicos manifiestamente antipoéticos, destinados a socavar la inspiración de los poetas residentes en nuestra Pensión Ulises.

Obsérvese que, no por casualidad, sus notas se refieren al mito clásico, al núcleo mistérico que nos engendró a casi todos, y sin el cual no existirían probablemente ni Galeras ni galeradas, ni poetas remeros y rimadores, ni editores contramaestres y aventureros, ni críticos de retaguardia y timoneles, todos a una remando hacia lo desconocido en las tres carabelas de la Poesía.
Ni, por supuesto, la heroica Pensión Ulises que los albergara a cambio de un precio razonable y toda clase de garantías en el viaje inhóspito, y con suculentas facilidades de pago.


POESÍA, I

Se sabe que para la aristocracia florentina la Divina Comedia es una especie de “libro de oro”. Lo mismo le ocurrió a la Ilíada y a la Odisea. Estas dos obras poéticas sirvieron para dar pruebas de nobleza no solamente a los individuos y a las familias, sino incluso a algunas regiones de Grecia. Y menos mal que, por la ambición de todos de encontrar sus apellidos en alguna de sus tres partes (y, con tal de encontrar un antepasado en el “libro de oro”, da igual que ese antepasado esté entre los santos o entre los usureros), la Divina Comedia no ha sufrido falsificaciones, pero no es posible asegurar lo mismo de los poemas homéricos. Las numerosísimas interpolaciones de que están llenas la Ilíada y la Odisea se deben en gran parte al deseo de figurar en sus versos y al excesivo localismo. Añadidos y variantes, cambios de nombres y desviación incluso de los episodios para permitir la entrada en la Ilíada y en la Odisea de hombres y lugares que no figuraban en su estructura originaria.


POESÍA, II

(...) ¡Cuántas cosas se han dicho de manera distinta de como habían sido pensadas, cuántas cosas inútiles, cuántas tonterías, cuántos errores de idioma (...), solamente por la necesidad de forzar a las palabras a entrar en la medida de los versos! El hombre comenzó expresándose en poesía y, por lo tanto, debería ser natural, y prudente además, que, llegado a la edad de la razón, se expresase exclusivamente en prosa.

Alberto Savinio, Nueva enciclopedia
(trad. Jesús Pardo, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1983)

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