jueves, 4 de diciembre de 2008

Un libro es siempre una puerta hacia el conocimiento

Por ojearlo me llevé el libro a mi asiento de ventanilla. Luego colocaron a mi lado a una señora inválida y ya no tuve oportunidad de levantarme para cambiarlo por otro. El avión despegó y aunque llevaba 15 páginas sin entender nada, tuve que seguir leyéndolo durante el vuelo. Puedo afirmar que hasta la página 78 de La hermandad de la buena suerte, de Fernando Savater, premio Planeta 2008, leí sin saber en absoluto de qué hablaban ni quiénes eran los personajes. No se trataba de dificultad en la lectura (me formé en una época en la que las vanguardias tenían buena prensa), iba pasando páginas con fluidez, pero no conseguía comprender nada. En la página 81 por fin descubro un fragmento que entiendo. El primero. Se trata de un viaje en tren. Como sé lo que es viajar en tren, aunque en el momento de la lectura anduviera por las nubes, entendí lo que se narraba.
Los problemas, entonces, empezaron a ser de otra índole. Empecé a ver demasiado significado. Por ejemplo. El capítulo empieza así: «El tren estaba a punto de partir y un empleado de la estación me daba las últimas instrucciones para llegar a Berwick» (las cursivas son y serán mías). ¿Por qué «últimas»? Un empleado da instrucciones, en general bastante escuetas; acaso puede repetirlas, pero ¿últimas? ¿Le había dado otras instrucciones antes? ¿Sobre lo mismo o sobre otro asunto que el narrador no cita? Es difícil comprender el sentido de «últimas». Estuve un buen rato dándole vueltas, pero no lo conseguí. Tal vez se necesitara un milagro para hacerlo, como el que expone el narrador: «Me hablaba en alemán, yo no sé alemán, era milagroso que le entendiera». Desde este punto de vista sí se comprende «últimas»: un milagro resuelve cualquier conflicto lingüístico a las mil maravillas.
Seguí leyendo: «Subí sin más equipaje que mi zozobra, sonó el silbato y el convoy se puso en marcha. Traca-taca, traca-taca...» Creo que he de poner sic. La onomatopeya es del autor. ¿Qué significa? Quiero decir: ¿por qué el autor ilustra la frase —nada compleja por otra parte: subí, sonó, en marcha...— con una onomatopeya? Si no lo hiciera, ¿el lector podía perderse algún matiz de la frase? ¿Que el tren se pusiera en marcha, por ejemplo? «El convoy se pone en marcha»: este significado, ¿es necesario completarlo con el traca-taca para comprenderlo cabalmente o las palabras de la frase ya lo muestran en toda su amplitud posible? ¿Qué añade la onomatopeya? ¿Hay algo que no se entienda y necesite mostrar el ruido? ¿Será como si fuera una edición ilustrada, pero con sonidos en lugar de dibujos? ¿O pensará el autor que los lectores necesitan un empujoncito para comprender frases como la que ha escrito? El problema no es sencillo, porque más adelante leo: «Cargo con sus dos sombrereras, clang, clang» (¿Qué significará «clang, clang»?)...
Continúo la lectura: «Sube al tren una señora, en fin, señora es mucho decir, una mujer mayor, desgarbada, chillonamente emperifollada...» (¿edad, ausencia garbo, artificiosidad —me pregunto a mitad de la frase— impiden llamar «señora» a una señora? Necesitaría, más explicaciones, veo que el autor las da; sigámosle) «...pero que no me da impresión de ser de clase alta...» (¿una «señora» sólo puede serlo si es de «clase alta»?, en el franquismo tal vez, pero ¿ahora? La frase sigue) «...sino más bien modesta, muy modesta: una mendiga quizá, una vagabunda.» Bueno, la cuestión se complica: ¿qué pinta la mención a la «clase alta» para describir a una mujer «modesta»? Esto no lo entiendo. Pero sí sé que existen marcas sociales que distinguen claramente una mujer modesta, una mendiga y una vagabunda. La primera viste ropas convencionales; la segunda viste ropas usadas en exceso; la tercera viste ropas desgarradas. ¿Significan lo mismo modesta, mendiga y vagabunda? ¿Una mujer modesta podemos imaginarla «chillonamente emperifollada»? La cuestión crucial, sin embargo, es la siguiente: ¿se comprende mejor la descripción de la mujer diciendo que es modesta, muy modesta, mendiga, vagabunda o diciendo simplemente que sube una mujer vagabunda? Siempre, en literatura, más es menos. Pero no voy a enfadarme, no. El avión está a punto de aterrizar. El comandante ha apagado las luces de cabina. Yo apago la que corresponde a mi asiento y pienso que al menos en estas dos páginas (81 y 82) de La hermandad de la buena suerte he comprendido más cosas que en las 80 anteriores. El viaje ha acabado. ¿Y el libro? Un libro, aunque no consigamos acabarlo, siempre es una puerta abierta al conocimiento.
CC


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