Foto: J.X.
Ya de niño fue iniciado
en la ambigua prostitución,
con miradas, tocamientos
y palabras
de hombres, mujeres y pederastas.
No contaremos nada más,
salvo el dolor.
Decirlo,
el escueto dolor,
sin contarlo.
Hasta que,
en uno de los caminos de perdición,
encontró un atajo solitario,
sin hombres, ni mujeres, ni pederastas.
Un atajo abrupto donde expiar
su inocencia corrompida.
Expiación del dolor.
Sin dioses ni demonios,
ni otros seres inventados.
La expiación del dolor
de una inocencia
extraviada
ya en el principio,
en el inicio del camino.
Por donde,
desde un atajo escarpado,
baja la sangre de la inocencia,
la sangre de la culpa,
la sangre del amor,
invocando a la novia
que se levantó de la cama,
abrió la puerta de la habitación,
salió del Hospital,
y jamás regresó.

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