Foto: J.X.
Un amor con la piel muerta, con la última sangre derramada, no será un amor muerto si revive en la memoria de un ser vivo.
No será nunca un amor muerto mientras exista un ser enamorado de ese amor muerto.
Será un amor más pesado, cargado de peso, que un amor vivo, si lo llevas entrañado, dentro, custodíándolo, arrastrándolo como amor vivo con peso de muerte.
También las flores de la muerte pesan más que las otras, las flores de la vida. Cada una de ellas adquiere un peso oculto al formar un ramo en las manos. Su forma aparente leve, ingrávida, es la liviandad pesada de las flores de la muerte.
Y pesan más aún al caer de las manos y rasgar a golpe de pétalo el corazón para atravesarlo, ensangrentadas, y alcanzar con su perfume los trozos de alma donde aguarda el amor recién muerto, como un modo de resurrección por la fuerza del amor en las manos, de donde se han desprendido, con sangre, las flores que son para el amor muerto.
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