Foto: J.X.
“No respires”, nos decía nuestra madre cuando en invierno salíamos del cine de barrio los sábados por la noche, tapados con bufanda y capucha, generalmente confeccionadas a mano por las propias madres.
“No respires”, se decía uno para morir mejor, después del abandono de una novia o del fracaso de los primeros trabajos.
“No respira”, diagnostican en el hospital cuando dejas de respirar por última vez, y te vas para siempre de este maldito y bello mundo.
“Ya no respira. Descanse en paz”, entonan algunos, olvidando que ya no necesitas, a diferencia de antes, ni descanso ni sentir paz alguna.
“¡Tanto respirar, y es que no se enteran!,”, exclamaba un vagabundo, que iba dejando de respirar abrazado a su perro fiel.
Ahora se abre en la oscuridad un camino infinito de flores, con destellos de luz más allá, acaso el anuncio del destino final del camino de las flores, y de la vida y de la muerte, cuando la respiración se detiene en una exclamación de silencio, como un asombro o un espanto inaudible en los ojos (quien lo haya contemplado una vez, no lo olvidará jamás).
Y todo el ser se transformará en otra flor, en otro resto de luz en el camino de la oscuridad, mientras vuelve a sangrar, aquí, un corazón abandonado.
2 comentarios:
Ramon Bosch Boada
Teresa Tramunt
Marian Raméntol
Mireia Puertas
Efi Cubero
Inma Arrabal Cano
Isabel Mercadé
Josep Jordana Escude
Del recuerdo de la infancia al dolor de dejar, por no poder, respirar. Un relato crudo y tierno a la vez que nos deja un dulce sabor amargo y la mirada de unos ojos que se despiden de nosotros para siempre.
Publicar un comentario