Foto: J.X.
Una extraña maldición lo devoraba, se lo comía vivo en un banquete nocturno interminable, con los miembros expuestos y cortados sobre una larga mesa, cuyo mantel, empapado en sangre, goteaba día y noche, desde la infancia.
Las gotas de sangre, al caer al suelo, repetían una y otra vez el sonido de una frase, siempre la misma: Donde un día te esperaban, ya no te espera nadie.
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