sábado, 7 de noviembre de 2020

UNA GATA EN MEDIO DEL CAMINO

 Foto: J.X.

Merodeaba por un jardín de la ciudad cuando se interpuso en mi camino una gata de pelo atigrado, con manchas pelirrojas. Me miraba my severa, sin moverse, como si me reprochara algo.

Se parecía mucho a una gata que había tenido la novia muerta, de niña, se llamaba Mariana, a la que tanto quiso y por la que luego tanto sufrió cuando la dieron por desaparecida, después de buscarla día tras día por los alrededores de la casa y del barrio donde vivían.

Cierto que hacía unas semanas que no visitaba a la novia muerta, ni brindábamos con una copa de champán. Escúchame, Mariana, le dije, no me he encontrado bien, y he necesitado unos días para recuperarme e ir a visitarla.

Así intenté decírselo a la gata. Pero ella seguía mirándome con gravedad, parada en medio del camino, desconfiada. Creo que no se conformó con mis explicaciones. Añadí que muy pronto iría a hacerle una visita, probablemente el próximo sábado, le confié a la gata, a la Mariana (volví a repetir su nombre). Entonces, se movió a un lado y me dejó pasar, mirándome de otro modo, con cierta ternura en esa mirada enigmática que seguía mis pasos por el jardín.

Vuelvo la cabeza y le indico a la Mariana, con un gesto de la mano, que mañana subiré al bosque de los espíritus y brindaremos.

1 comentario:

insurrecta de las palabras dijo...

Las Marianas no solo nos traen recuerdos de las novias muertas, también nos dicen con sus ojos -las Marianas no pueden hablar-, que ellas tampoco olvidan el cariño de las novias muertas.