jueves, 6 de agosto de 2020

UN ATARDECER, EN LA PLAYA


Foto: J.X.

A partir de aquella tarde, ya estuvo siempre sin compañía.
No había ninguna voz a su lado.
Las raras veces que salía a la calle, más que nada para hacer ejercicio, lo hacía a una prudente distancia de los otros cuerpos y de las otras almas (lo explicaba así).
Le acosaban los ruidos de las calles, la algarabía de las voces, pero en realidad no oía esas voces. No escuchaba ninguna palabra, ninguna voz. No sabía ni le interesaba lo que pudieran decir.
Seguía andando por cualquier parte, solo, entre el ruido de las calles y las voces. Andar por andar. Así llegó a la playa solitaria, al atardecer. Era a finales de septiembre.
Un trozo de alma colgaba de un cubo de basura, en la playa, cerca del lugar donde alguien había arrojado al mar un puñado de ceniza, entre las flores de un ramo deshecho.
Mientras se adentraban en el mar, las hojas y los pétalos de las flores parecían desprender lágrimas. La ceniza ya no se veía.
Saludó con la mano, y se fue.

2 comentarios:

una lectora del barrio dijo...

Es tan poco probable que vuelvan las cenizas a la orilla de una playa, como evitar encontrar y oír a gente de la que quieres esconderte y huir.

lectora de la vall dijo...

meravellòs poema en prosa, frases que fan mal i consolen, no trobo paraules.