Una
paloma blanca, portavoz de la comunidad de palomas afincada en
Barcelona, declara que son los llamados humanos quienes las infectan
con la suciedad de las calles, con la falta de comida y aguas
limpias.
Son
ellos, los humanos, quienes no las llevan al veterinario cuando
enferman y tienen las plumas llenas de moscas parasitarias, o cuando
caen malheridas por los pájaros carnívoros que las persiguen a
muerte.
Ellas,
que fueron las aves más inteligentes traídas a la ciudad en contra
de su voluntad, cuando estaban de moda y las convertían en palomas
mensajeras, en palomas amigas de los niños, y en gran símbolo de la
paz: “¡Ahí van las Palomas de la Paz!”, decían los humanos.
Los mismos que hace ya demasiado tiempo las abandonaron a su suerte,
sin poder volar, agonizando lentamente por los rincones de las
calles, a la vista de todos.
Caprichos
de los ciudadanos, caprichos animales, como tantos otros, concluye la portavoz de las palomas.
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