¿Cómo puede alguien escribir, para defender a los que sufrieron y sufren aún las secuelas del bombardeo atómico de Hiroshima, que las otras víctimas, las del exterminio judío, "se disolvieron en humo y ya no están", como dice Reyes Mate en su artículo "La conjura del silencio"? ("Babelia", diario El País, 11.08.12).
¿Acaso este ensayista no conoce las múltiples secuelas, mortales en muchos casos, que padecieron los que sobrevivieron al "lager", como dice él, a los campos de exterminio?
¿O las que sufrieron los familiares de los millones de víctimas asesinadas en esos campos de exterminio nazis por el solo hecho de haber nacido judíos?
Exterminados por ser sólo judíos, y en muchos casos sin militar en partido político alguno, ni tener una ideología o religiosidad propiamente judía, como dice el gran ensayista Jean Améry, el cual sólo se consideraba austríaco cuando aún se llamaba Hans Mayer, su nombre verdadero y oficial, hasta que los nazis lo persiguieron hasta hacerle sentir y comprender que era judío y no austríaco como él creía. Y se unió a la resistencia en Bélgica, donde fue detenido y torturado, y después fue deportado a Auschwitz. A pesar de todo pudo sobrevivir, ya con el nombre de Jean Améry, y meditar desesperada, lúcidamente, sobre aquel infierno y sus víctimas y las secuelas posteriores, esas heridas y cicatrices que no "se habían disuelto en humo".
Hasta que no pudo soportalo más y se suicidó, como Primo Levi y otros muchos.
Las víctimas de los campos de exterminio, de las guerras criminales, no se disuelven nunca en humo, aunque los campos y las cárceles tengan modernas instalaciones con hornos crematorios.
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