Más allá de "Metrópolis", de "1984", más allá de la visiones de George Orwell. Con la técnica linguística de los diccionarios, una vecina del barrio dice lo siguiente: "Valle de lágrimas, llanto público por la muerte de un dictador, efusión colectiva de lágrimas, farsa acompañada frecuentemente de lamentos y sollozos, derramar lágrimas políticas, echar a llorar de improviso por calles y plazas, llorar a lágrima viva, llorar copiosa y amargamente, deshacerse en lágrimas políticas de cocodrilo, llorar con intensidad por fuera y reír por dentro en el teatro del mundo, a rey muerto, rey puesto, llanto público por la muerte de un dictador, llanto televisado a todo el mundo, sin duda con la colaboración del mejor humorista del cine mudo.
Pero cabe una pregunta demoledora, terrorífica: ¿Y si ese llanto fuera real, sin alegría interior? Sería, entonces, la muerte del individuo en beneficio del llanto público por un dictador, y ese exhibicionismo de llanto colectivo sería declarado milagroso, un milagro de la colectivización férrea de la lágrima: el dictador convertido en apóstol de la causa y elevado a los altares como beato o santo. No sería el primer caso de militar, aristócrata o político elevado a santidad. Que Dios, Zeus o Júpiter nos coja confesados!", exclama esta vecina del barrio.

El suplente del cronista
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