lunes, 27 de abril de 2009

OTRA EXPERIENCIA EN LA ESCALERA (en prosa)

Entrada a la calle de Escudellers (Barcelona)





















EN LA ESCALERA Nº. 1: LA NARRACION

Como cada día, poco antes de las diez de la noche, fui preparando la basura para bajarla al contenedor en la calle, justo frente al portal, y como cada día, unos diez minutos después, mi vecino del piso de arriba ya bajaba la suya con la misma intención. Este ritual cotidiano me había sorprendido alguna vez que yo me había retrasado, pues casualmente mi vecino también solía retrasarse entonces.

Aquel día,cuando el ascensor llegó al vestíbulo, la luz estaba estropeada. Salí a la calle, tiré la bolsa de basura en el contenedor y una vez en el vestíbulo, cuando me dirigía al ascensor, se me cayeron las llaves al suelo. Con la escasa luz que entraba de la calle, no podía ver dónde habían ido a parar y de cuclillas fui rastreando el suelo hasta que las encontré y, en aquel momento, se puso en marcha el ascensor que supuse había llamado mi vecino.

No se por qué motivo tuve el impulso de esconderme y precipitadamente subí el primer tramo de escaleras, ocultándome detrás de la caja del ascensor. Efectivamente, era mi vecino, que vi al contraluz de la calle dirigirse hacia los contenedores con una bolsa de plástico, vacía, en la mano. Cuando estuvo frente a los contenedores, miró en todas direcciones y ante mi estupor vi cómo con dificultad sacaba varias bolsas del interior. En cuclillas, las fue abriendo y escogiendo los restos que iba poniendo en la bolsa que el había traído. Con cuidado fue cerrando las bolsas, antes de incorporarse volvió a mirar en todas direcciones y las devolvió al contenedor. Con su perfil recortado al trasluz de la calle, vi cómo entraba de nuevo en el edificio y en la oscuridad se dirigía al ascensor. Permanecí un rato no sé cuán largo, inmóvil y con un agudo dolor en el estomago. Aturdido, fui bajando lentamente el tramo de escaleras, con temor de hacer ruido llamé el ascensor y sigilosamente volví a mi piso.

Aquella noche casi no dormí, no podía quitarme la imagen de mi vecino en el vestíbulo. Me di cuenta de que hacía muchos años que no le veía, recordé cuando el vivía con su familia , su mujer y dos chicos. Era una persona madura, elegante y agradable, y creo que me había comentado que era ingeniero de una empresa de obras publicas. Pero hace tiempo que vive solo y ya no había vuelto a saber nada de él, salvo que solía bajar a “tirar la basura” después de que lo hiciera yo.
Desde aquel día, antes de cerrar la basura para bajar a tirarla, abría la nevera y cogía algo que la hiciera más nutritiva. No diré que conocer el secreto de mi vecino me tuviera obsesionado, pero sí que pensaba a menudo en él y hacía conjeturas sobre lo que le podía haber pasado para llegar a aquella situación. Un día, próximo a las fiestas navideñas, supongo que influido por el ambiente tuve un arrebato, llené la bolsa de basura con alimentos seleccionados y le añadí una nota ofreciéndome, en aras de la solidaridad humana, para ayudarle en lo que me fuera posible.
Después de aquel día ya no volví a oirle bajar después de tirar yo la basura. Pasados unos meses, me sorprendió oír unos ruidos en el piso de mi vecino que no eran los habituales, y extrañado subí a ver lo que podía pasar. Me recibió un chico joven y trajeado, el cual me informó que el piso había quedado vacío y que iban a hacer reformas para volverlo a alquilar.


EN LA ESCALERA Nº. 2: LA CONFESION


Después de redactar “En la escalera”, repasé el texto, hice algunas correcciones y lo di por bueno. Al día siguiente, algo me lo hizo recordar y de repente me di cuenta de que tenía un fallo garrafal. Después de recoger las llaves y percatarme de que se ponía en marcha el ascensor, digo: “No se por qué motivo tuve el impulso de esconderme...” , esto nunca puede ser cierto, siempre tenemos un motivo para hacer algo y si decimos que no sabemos el motivo, es porque no lo queremos decir o no lo queremos reconocer.

Estuve pensando en ello y tengo que reconocer que no encontré ninguna razón, ni que fuera inconfesable, para que tuviera el impulso de esconderme. Ello me obliga a confesar que en realidad no me escondí.

Esperé en el vestíbulo, frente la puerta del ascensor, intrigado por ver a mi vecino que hacía tanto tiempo que no veía. Se paró el ascensor y salió alguien algo desaliñado que, con la escasa luz del lugar, no pude reconocer como mi vecino, al que apenas podía recordar. Después de darnos las buenas noches le dije que le esperaba para subir juntos, pero él, algo turbado, me dijo que no, que subiera, que él aún tardaría. Me despedí y subí.

Sí, es cierto que me quedé algo preocupado, su desaliño me impresionó y su turbación.
Pensé que podía estar pasándolo mal, y también pensé que tal vez quiso que me fuera para poder rebuscar en las basuras, realmente la bolsa que llevaba parecía casi vacía.


Desde aquel día, no se por qué, enriquecí las basuras con algún alimento en buen estado, como ya conté en mi relato, y también es cierto que unas fiestas navideñas le preparé un raro lote y que en él deposité una nota ofreciéndole mi ayuda. También sucedió que mi vecino no volvió a bajar la basura, y que pasados unos meses me encontré con el joven de la inmobiliaria que me dijo que el piso había quedado vacío.

Pero tengo que hacer otra confesión, he mentido, he mentido descaradamente, pocas líneas más arriba he dicho: “Desde aquel día, no se por qué, enriquecí las basuras...” , y al principio del escrito he dejado claro que siempre tenemos un motivo para hacer algo, y así es, yo también tenía un motivo para hacer lo que hice, aunque no quería reconocerlo.

Como he dicho, al ver a mi vecino desaliñado y pensar lo peor, me sentí incómodo con mis pequeños lujos. Fue una manera de exorcizar los remordimientos por haber dejado pasar años sin dar un paso para acercarme al único vecino que tenía, por no subir a su piso y llamar a su puerta para interesarme por él, por no atender a tantos que se nos cruzan a diario, suplicantes por sus miserias, por encontrar siempre argumentos para no tender la mano al que nos pide...
Un error de redacción ha anulado todo el relato, ha perdido toda credibilidad, pero lo peor de todo, por desgracia, es cierto.


Luis Nadal

1 comentario:

albert tugues dijo...

Estupenda la segunda parte de la narración de Luis Nadal, poniendo en cuestión la verdad de lo narrado en la primera parte. Me ha gustado esa forma de escribir en busca de la verdad de lo relatado.

El cronista del barrio