Edward Gorey, El ala oeste
Atención, poetas, mujeres épicas y hombres líricos, más o menos relacionados con el ambiente (¿puede decirse "mal ambiente" sin temor a ser censurado por conserje alguno?), atención, pues, con el mal ambiente de la Pensión Ulises:
¿No andará suelto por salas, pasillos y habitaciones de la Pensión un mefistofélico corruptor de poetas líricos y épicos? ¿Acaso no advierten que viene de la Pensión un raro y pútrido olor, como si de sus balcones y ventanas se escapara un tufo a corrupción de las bellas letras?
¿Tal vez el esqueleto de una poesía, de una égloga de domingo con todos los atributos bucólicos y familiares presentes? ¿Acaso restos de carne y huesos del cuerpo poemático de un himeneo o de una fábula en verso, esto es, de una noble y no menos efímera experiencia amorosa o laboral? ¿O ese polvillo, ahora resuelto en ceniza, de un viaje iniciático a no sabemos dónde, a qué Ítaca? ¿O, quizás, unos despojos de la última oda a una merienda en el campo? Sea cual fuere el cadáver poemático del que se escapa ese mal olor, es obvio que un corruptor de poetas anda suelto por las dependencias secretas de la Pensión.
Recuerden la experiencia dramática de Hamlet.
"Quien avisa, no es traidor", que diría Sartre resolviendo por deducción literaria el caso criminal y poético de Jean Genet: la obra, nos dice el investigador privado Sartre, es su verdadero y auténtico delito, cuya belleza poética corromperá para siempre a los lectores que se aproximen a ella. ¿No será la Pensión Ulises una obra de estas peculiaridades estéticas?
Cuidado, pues, con los debates poéticos que ponen en duda la forma y el fondo de los poemas y los poetas. Es una seria advertencia, un aviso urgente fundado en la experiencia, que no es en este caso una suma de errores como decía el querido Oscar Wilde al ironizar sobre la inutilidad de la experiencia.
Están avisados.
Un pescador desconfiado de la Barceloneta
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