Picasso, Retrato de Jaume Sabartés
Digamos, por amor al argumento, que después de la depresión de la Edad Media, la prosa recobró conciencia con Maquiavelo; admitamos que ciertos tipos de prosa habían ya existido, en verdad todos los tipos de prosa habían existido. Herodoto escribió historia que es literatura. Tucídides era un periodista. (Es una locura moderna el suponer que la vulgaridad, la vileza, tienen el mérito de la novedad: han existido en todo tiempo y no tienen interés por sí mismas).
Ha habido ampulosidad, elocuencia oratoria, discurso legal, frases bien equilibradas, efectos ciceronianos; Petronio había escrito una sátira romana, Longus había escrito una delicada novela.
La prosa del Renacimiento nos deja a Rabelais, Brantôme, Montaigne. Un especialista apasionado podría extraer algunos pasajes interesantes, incluso magníficos, de Pico de la Mirandola, de los místicos de la Edad Media, de los escolásticos, de los platónicos. Pero no tendrá la menor utilidad para el que intenta aprender el arte de una “renovación de la lengua”.
Me refiero a que, desde el comienzo de la literatura hasta 1750, la poesía ha sido el arte superior, y como tal ha sido considerada; y cuando se leen obras compuestas antes de esta fecha, se comprueba que el número de obras interesantes en verso es al menos igual al de obras en prosa que han permanecido legibles; y es la poesía la que contiene la quintaesencia. Cuando deseamos saber cómo eran las personas antes de 1750, cuando queremos saber si eran de sangre y hueso, como nosotros, recurrimos a la poesía de su tiempo.
Pero como ya he dicho, se impuso la “fioritura”. Y un buen día, el señor Stendhal, sin pensar en Homero, Villon o Catulo, pero con un agudo sentido de la actualidad, se dio cuenta de que la poesía, “La poésie” –tal como la escribían en aquel momento sus compatriotas, o tal como se la lanzaba desde el escenario-, era un aburrimiento mortal. Y decretó que la poesía, con sus pelucas, sus pantorrillas falsas, sus peplos, su énfasis “a lo Luis XIV", era decididamente inferior a la prosa, como instrumento destinado a transmitir una idea clara de los diversos estados de nuestra conciencia (“les mouvements du coeur”).
Y a partir de entonces, el serio arte de escribir pasó a la prosa, y, durante algún tiempo, los desarrollos de la lengua, como medio de expresión, fueron los de la prosa. Y una persona no puede entender claramente o juzgar certeramente el valor del verso, del verso moderno, de cualquier verso, a menos que comprenda esto.
Ezra Pound, Para un método
(Introducción a Ezra Pound, trad. Carmen R. de Velasco y Jaime Ferrán, Barral Ed., Barcelona, 1973).
Estos argumentos los desarrollará Ezra Pound -en esquemas más didácticos pero siempre heterodoxos- en su manual "El ABC de la lectura".
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Recuerdo yo una época en que una cuestión de lengua poética estaba también en el aire, cuando Ezra Pound proclamó que “la poesía ha de estar tan bien escrita como la prosa”, y él y sus compañeros fuimos calificados de “bolcheviques literarios” por un escritor del “Morning Post”, y de “ilotas borrachos” (con una intención que siempre se me ha escapado) por Arthur Waugh.
T.S. Eliot, Función de la poesía y función de la crítica
(trad. J. Gil de Biedma, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1968)
Un poeta desencantado
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