miércoles, 1 de octubre de 2008

El descrédito de la vanguardia

Es verdad, como apuntas, que el mercado estimula la mediocridad literaria, pero éste, el mercado, no es responsable de toda la mediocridad. No creo que debamos absolver al autor de su propia mediocridad. Aun cuando el mercado no les presionara con sus exigencias de venta y consumo, considero que hay autores que, por desidia lectora y creadora, continuarían cultivando la "áurea mediocridad" en poesía y en narrativa. Las meras exigencias del mercado no explican la falta de exigencia estética, que más bien procede de una falta de exigencia ética en tanto que creador: una falta, en suma, de investigación en las formas literarias, un no saber, y escoger formas caducas de poesía y narrativa, propias a veces del siglo XIX, anteriores, en todo caso, al dadaísmo, a las sesiones del Cabaret Voltaire, cuyo manifiesto inaugural fue leído por Hugo Ball en 1916. (Esto es una ironía.) ¿Defensa de las vanguardias? Por supuesto, defensa de aquello que hay de puro, de investigación, de renovación en las vanguardias de cualquier época. Porque también las vanguardias son ya tradición, pero en el sentido de "tradición de la búsqueda". Que las vanguardias estén en descrédito, por la manipulación y abuso de las mismas, no significa que debamos prescindir de ellas, como si nunca hubieran existido, y regresemos a los cánones estéticos decimonónicos. Vanguardia en el sentido de juventud, renovación, frescura, investigación de las formas, oponiéndose al lenguaje poético caduco, al lenguaje narrativo de otro tiempo. Después de Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Walt Whitman, T.S. Eliot, William Carlos Williams, el segundo o tercer Juan Ramón Jiménez (el de "Espacio"), ¿se puede seguir componiendo poemas como antes? Después de Flaubert, Kafka, Proust, Joyce, Beckett, ¿volver a escribir novelas a la manera decimonónica? Cierto que, como apuntas, lo exige el mercado, pero, en cualquier caso, ¿no es sorprendente que los autores se sometan con tanta facilidad y placer a esa demanda de mediocridad creativa? ¿Acaso no corresponderá también a una desidia estética?
Advierto en ello, en consecuencia, una falta de responsabilidad en tanto que creadores de formas y contenidos; una falta de exigencia ética, una desidia que obstaculiza e impide que la obra esté resuelta, formalizada mediante una exigencia estética. Una necesidad, una exigencia que aporte y no se limite a repetir formas y contenidos en la dialéctica de la creación. Por lo menos, que las obras no transiten tan a menudo por los caminos gastados, por los campos trillados (aún se cultiva una poesía bucólica y amorosa digna a veces del primer Juan Ramón, o más antigua). Y cada creador asuma el riesgo de la propia diferencia, merodeando por las calles o por el campo, pero siempre a la búsqueda de formas nuevas para el contenido de la experiencia vital y poética. En suma, vanguardia y tradición de la búsqueda. Riesgo.
AT

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