Foto: J.X.
Estamos los dos solos en el bar. Me confiesa que hace días que no va a visitarla. No es por falta de ganas, ni mucho menos, dice, sino que necesita recuperar algo de fuerza física y espiritual para ir a verla y brindar con ella, a escondidas, como novios furtivos entre los cipreses; o como unos viejos amantes recordando aquellos días de noviazgo (también ellos, los viejos amantes, celebraron sus fiestas de juventud y tuvieron sus malentendidos, esos momentos críticos, trágicos, con separaciones dolorosas y reencuentros fríos, al principio, y con reconciliación sentimental al cabo de los días, si hay suerte, advierte).
Se refiere, como siempre que coincidimos un momento en el bar y hablamos, a la novia muerta.
Le escucho en silencio, asombrado y conmovido a la vez por la fuerza de los amores póstumos y los brindis aplazados, a la sombra de los cipreses.
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