Foto: J.X.
Se pone a mi lado y me susurra, con un vaso de cerveza entre las manos, como si rezara:“Si la cara es el espejo del alma, como dice la gente, ¿qué hacer, sino ocultarse, cuando esa cara es el espejo resquebrajado, el espejo roto del alma? Si quieres sobrevivir en sociedad, habría que utilizar alguna estratagema para disimular la herida interna y poner lo que se dice buena cara al mal tiempo. Pero es algo muy difícil cuando el rostro queda tan marcado, como rajado a cuchillazos, por los cristales que se desprenden del espejo roto del alma. En estos casos, lo mejor sería ocultar el rostro, la mala cara, bajo tierra, lo antes posible. Así no habría que soportar que la viera nadie y te preguntara qué te pasa. De todos modos, esto último, levantar la mano contra uno mismo y ocultarse bajo tierra, no está al alcance de todas las manos”.
No sé qué decir, meneo la cabeza y le pongo la mano en el hombro, mientras él sigue con el vaso de cerveza entre las manos, como si rezara.
Él, al observar mis ojos y ver mi silencio triste, me cuenta, quizá para animarme, que en el balcón de su casa tiene muchas flores y, en especial, unas de amarillas. Son unas flores cuya planta arraiga en el corazón de un pajarillo muerto, amarillo, sepultado en una de las macetas. Un “motón de amarillo”, como llamaba su novia muerta al pajarillo: ambos, dice, el pajarillo y la novia, renacen de la tierra húmeda en cada nueva flor amarilla.
Las flores de esta maceta, que antes eran de colores variados en primavera, florecen, desde entonces, todo el año y todas amarillas.
Comentario de "Una lectora corriente":
ResponderEliminarSi el hombre del bar pudiera cambiar su vaso de cerveza por una gran maceta de flores amarillas, quizá ya no tendría que ocultar nada, ni su cara ni su alma, y nunca más se sentiría solo, andando siempre sobre esa alfombra preciosa de flores amarillas.