Esta
mañana de Navidad la ciudad estaba desierta, vacía, dice la dueña
del bar.
Igual
que cada año en estas fechas. Más que una mañana del día de
Navidad, parece una mañana de aquellos jueves y viernes de Semana
Santa, que el nacional-catolicismo franquista nos obligaba a celebrar
cerrando tiendas, bares, teatros y cines, a no ser que proyectaran
películas religiosas como El beso de Judas, Fray Escoba, Molokai,
la isla maldita, etc., explica el viejo periodista en paro.
Pero
ahora este vacío, este silencio en la jungla de asfalto, no es por
motivos de fe, ni por represión tradicional de la vida festiva, como
en la dictadura, sino por consumismo y hartazgo, por excesos
culinarios de Nochebuena, comenta el politólogo.
Todo
ello bien regado con vinos, cavas, licores y otras substancias de la
insatisfacción, como hace el novio macarra de mi madre, añade la
hija de la bibliotecaria, riendo.
Por
favor, no me sean tan cascarrabias, y disfrutemos de las fiestas
navideñas, como Dios manda, replica la cuñada del dentista.
¿Dios?
Querrá decir los dioses paganos, los poderes del consumismo, replica
la nieta del anarquista.
Hemos
pasado de la fe religiosa a la fe del hartazgo consumista (no todo el
mundo, ya lo sabemos, pero siempre tendremos el consuelo de la
caridad del caldo o la sopa boba y un par o tres de canelones para el
necesitado), advierte la vidente.
Y
a dormir..., que luego tenemos la comida de Navidad y las ya famosas
discusiones familiares de cada año (Catalunya, el Valle de los
Caídos, Vox, presos políticos, sí, no, políticos presos, la
manada, sí, no...). Además, tenemos la fiesta de San Esteban en
algunos lugares, como aquí, donde se alarga el festejo y la
tradición canelónica, digo, de los canelones, indica la sobrina de
la peluquera.
A
continuación, Nochevieja. Y después Noche de Reyes, pero ésta ya
es otra historia, menos grotesca pese al consumismo feroz: siempre
nos quedará aquella ilusión, aquel encantamiento infantil y su
memoria, apunta el poeta romántico del barrio.
¡Oigan,
ustedes me quieren hundir el negocio con tanto lamento!, exclama la
vecina taxista, que trabaja a tope estos días
Amén,
digo, "hasta luego, cocodrilo, no pasaste de caimán",
cantaban Los Llopis en mi infancia: “Estremécete, ¿qué habrá
tras la puerta verde?", canta el humorista.
¡Marchando,
infusión de manzanilla y una de bicarbonato!, grita la dueña del
bar.