Como
ya es de esperar en los países cainitas, donde el sueño de la
razón produce pesadillas y monstruos a mansalva, han comenzado los
insultos contra los presos que hacen huelga de hambre: "gordos
que hacen régimen, así guardarán la línea, ¿y no la hacen los
otros gordos?", y otros insultos similares o peores, comentan
algunos en el bar.
¿No
será por ser políticos y catalanes independentistas?, pregunta con
sorna la nieta del anarquista.
No,
mujer, qué cosas de pensar, contesta la sobrina de la peluquera,
también con sorna.
¡Estupendo,
así se multiplicará el independentismo republicano!, exclaman unas
chicas y chicos que han entrado en el bar.
No
me extrañaría nada, añade la hermana del informático.
¿Quieres
decir?, pregunta la hija de la bibliotecaria
Las
huelgas de hambre, las haga quien las haga, por mucho que algunos se
burlen e insulten, a la larga generan una corriente general de
solidaridad -aunque los huelguistas no sean de los “tuyos”-, por
el riesgo de enfermedad y muerte a que se arriesgan, indica el
periodista en paro.
Nada,
nada, qué apechuguen con lo hecho, ya se apañarán si quieren
ponerse enfermos o morir de inanición, es su problema, advierte la
cuñada del dentista.
Bien
dicho, cada uno a lo suyo, añade la vecina taxista.
Si
tanto insulto hay, como dicen, ¿no será también esto delito de
odio?, pregunta la hija de la bibliotecaria.
No.
El delito sólo es de odio cuando se burlan de mí y de mis ideas,
¿acaso no has ido a la escuela de pago?, replica el humorista.
Caramba,
esto se pone más feo que una reyerta de poetas después de una
antología o un concurso de poesía, comenta el poeta romántico del
barrio.
Ya
lo decía mi abuelita, que no era poeta, pero tenía un novio que
rimaba y la poetizaba, ya me entienden, explica la dueña del bar.
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