miércoles, 10 de diciembre de 2025

EL NOVIAZGO DE LOS RESUCITADOS

 Foto: J. X.





Cuentan los del lugar

que un invierno

fueron visitados

por una pareja

de viejos artistas

que, en plena calle,

representaban escenas

de noviazgos,

en “pasos o entremeses”

propios del teatro picaresco.

Prevalecían en su repertorio

las representaciones de escenas

de noviazgos polémicos, inverosímiles,

dada la edad de los dos artistas

y su fragilidad.

De todos modos,

en su vida diaria,

pese a la burla de los aldeanos,

ambos seguían paseando

juntos, de la mano,

por las callejuelas

de aquel lugar apartado,

olvidado tras altas montañas.

Seguramente,

ya no hacían el amor,

ni nada de eso,

murmuraban algunos.

Ellos, los novios resucitados,

sin hacerles caso,

continuaban arriba y abajo

observando los escaparates

de las escasas tiendas de aquel lugar.

Paseando,

"con mis manos en tu cintura",

como recuerda Adamo en algún bar.

Habían muerto varias veces,

pero el dolor no los remataba,

y volvían a aparecer,

aquí o allá,

en este o aquel lugar,

con sus representaciones

de otros mundos.

Una niña y un niño

los miraban con ternura

desde una ventana,

maravillados,

al verlos pasar

tan sonrientes y ajenos,

danzarines,

con aquellos cuerpos

despellejados

por la vida

y

la muerte,

y despellejados otra vez

sobre el escenario

o la tabla redonda

del teatro callejero.

La novia

lucía una larga melena

de cabellos blancos y rizados,

y danzaba

como una dama del lago,

una Ginebra espectral,

muerta y resucitada.

Mientras que el novio,

un Lancelot

con ojos y pestañas

de unicornio triste,

iniciaba pasos de baile

al modo de un caballero artúrico,

muerto y resucitado.

Una noche se fueron del lugar

y nunca más volvieron.


En un bosque ignoto,

debajo de un montón de hojas

de otoño y piedras musgosas,

yacían dos esqueletos,

abrazados,

sin nombre.

Ramas de jazmín crecían alrededor.







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