Foto: J.X.
Era un “sin techo”. Vivía sin techo.
En su caso, no era por carecer de vivienda, sino por haberse trasladado a una residencia que había estado, y seguía estando, en reconstrucción -según los planos de la ciudad que aparecían en el ordenador de la oficina de empadronamiento.
Una casa que aún no podía constar en el padrón municipal, puesto que la casa, la residencia, o lo que fuera -el funcionario se iba exaspeando ante la insistencia de él- figuraba como un espacio vacío en el registro de viviendas de la ciudad. Por lo tanto, él no podía vivir donde decía que vivía, porque hubiera sido como residir en el vacío, sentenció el funcionario.
Eso sí, mientras tanto, podía registrarse en el domicilio colectivo oficial, burocrático, del Centro Cívico que le tocara en suerte, según el barrio, según el espacio vacío en el que decía vivir. Registro domiciliario creado justamente para los “sin techo”, aunque no fuera en realidad el domicilio de ninguna vivienda concreta.
Allí, pues, constaría -como es su derecho y su deber- que está empadronado en la ciudad. Podría recibir, a su nombre, notificaciones del Ayuntamiento, como la de la tarjeta rosa. Incluso, durante unas elecciones, le llegarían por correo las papeletas de propaganda de los partidos políticos, y la tarjeta del censo para ir a votar en el Colegio Electoral que le correspondiera. Pero le recordaban, una vez más, que no se confundiera: no era el domicilio de una vivienda, no era un domicilio para ir a vivir, sino el domicilio colectivo, burocrático, para los “sin techo”, para los que no tenían un domicilio propiamente dicho y residían en un espacio vacío de la ciudad.
Al volver al espacio vacío donde él oficialmente vivía, preguntó y le respondieron que eso ocurría por falta de una firma: la firma de un arquitecto municipal, el denominado “visto bueno” que diera por finalizadas y bien hechas las obras de reconstrucción de la casa.
Con el tiempo, todo se arreglaría. No importaba los años que pasaran, pues continuaría viviendo en un espacio vacío que, por lo menos, no carecía de techo físico, aunque no pudiera registrarse como vivienda.
Era, pues, en definitiva, un “sin techo”, pero viviendo en un espacío vacío que tenía un techo extraoficial.
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