Foto: J.X.
Hoy estoy lejos, muy lejos, en un lugar remoto. Lejos, muy lejos de este mundo.
Estoy en otro lugar, dice cuando se anima y habla en el bar.
Lejos, muy lejos, hay un bosque donde una comunidad de espíritus convierten la sangre derramada en sangre enamorada.
Y celebran oficios de epifanía, ceremonias secretas a las que asisten los enamorados vivos y los enamorados muertos.
Allá se citan, para celebrar sus bodas, vivos y muertos.
Citas de novias muertas o vivas, y de novios muertos o vivos, que se visitan unos a otros. Que permanecen enamorados pese a la muerte, y se reencuentran allí, en ese bosque de los espíritus donde se celebran bodas misteriosas, vivificantes. Lejos, muy lejos de aquí, lejos de este mundo.
Allá no se tienen en cuenta, son infringidas, las leyes del amor al uso, tradicional.
¿No hay también separaciones, divorcios?, pregunta un cliente socarrón del bar.
Sí, también hay desuniones, pero se citan en un lugar más apartado del bosque. Un lugar escondido que visito a veces, cuando no estoy ocupado observando los preparativos de boda entre los vivos y los muertos.
Todo eso acontece lejos, muy lejos de este mundo. En el bosque de los espíritus, donde vivos y muertos, enamorados, conviven pese a la vida, pese a la muerte. Y donde toda la sangre derramada se vuelve sangre amorosa, y florece de nuevo en la tierra. Flores de sangre enamorada.
Se apagan las luces del bar, y salimos a la calle nocturna, cada uno por su lado, unos hacia arriba, otros hacia abajo.
Hasta que alguno de ellos cruzará la última calle y saldrá al camino que conduce allá, al bosque, lejos, muy lejos, al bosque de los espíritus.
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