Viñeta: Enrique Herreros
I
Esta vez
no pudo llegar a su destino.
Cuenta
la leyenda que no pudo soportar más el peso de la realidad. Había
conocido a una persona cuya bondad y belleza la muerte destruyó. No
pudo resistirlo. Le quedó el alma desprotegida, desnuda. Fue
entonces cuando la memoria pesó y segregó todo el veneno que su
cuerpo había ido acumulando a lo largo de la vida. El alma, sin
aquella protección vital de bondad y belleza, también fue a su vez
envenenada. Medio muerta por el veneno, aún pudo, sin embargo,
refugiarse en un escondrijo sano del cuerpo envenenado y ocultarse
por un tiempo.
Cuando
llegó la muerte y encontró el escondrijo del cuerpo de él, ya sin
vida, el alma había desaparecido. Pero aprovechó para atormentar
más aún al cuerpo envenenado y muerto, hasta matarlo otra vez, un
cuerpo dos veces muerto, y descubrir el origen de la maldición, de
los sueños oscuros de su vida, que la propia muerte ignoraba.
II
Decíamos, pues, que él no
pudo soportar la realidad, y cayó de bruces en un lugar
recóndito situado entre dos rocas, al borde de un precipicio, con la
memoria envenenada supurando en el polvo, y un ramo de flores en las
manos.
Se
incorporó a duras penas, hasta que pudo arrodillarse. Y permaneció
allí, entre las dos rocas, junto al precipicio, el resto de su vida,
lejos de todo el mundo, como un ermitaño malherido. El ramo de
flores se marchitó prendido a los huesos de las manos del esqueleto
arrodillado.
Una
noche se acercó a las dos rocas el conductor de un camión de la
basura, que, indeciso, resolvió al fin introducir con una pala
aquellos restos de huesos y flores en bolsas de plástico. Al
amanecer, lo descargó todo en el vertedero de un acantilado, cerca
del mar, donde reciclaban la basura de la ciudad que recogían cada
noche.
Uno de
los trabajadores de la industria recicladora recuerda que, aquel día,
había unos huesos extraños que se resistían a ser reciclados como
el resto de la basura recogida. Eran trozos de aquel cuerpo
envenenado, de aquellos huesos del esqueleto que se había quedado
sin alma, arrodillado al borde de un precipicio, entre dos rocas, y
un ramo de flores marchitas entre las manos.
La narración de la leyenda no puede ir más allá, desangrada con las últimas palabras, y seguir revelando el misterio de la doble muerte de aquel cuerpo y de la enfermedad de su alma fugitiva.