Foto: J.X.
Se ocultaba en los bares más recónditos, como si fueran refugios para la muerte que arrastraba en el alma y con el cuerpo, fuera del alma.
En esos lugares secretos, de silencio mal iluminado, no eran necesarias las palabras habladas. Bastaba una mirada cómplice.
Al entrar y pedir unas bebidas, hacía una sola advertencia: que la cerveza estuviera templada, y para ella, su acompañante, un té con soja.
Mientras tanto, la novia muerta sonreía a su lado.
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