Foto: J.X.
Consumido por el vacío que acumulaba en torno y dentro de sí, fue reduciendo de tamaño.
En las tiendas de ropa no tenían prendas de su talla, y él, por su parte, no se atrevía a pedir una talla más pequeña todavía, una talla infantil.
Lo que no menguó de tamaño, sin embargo, fue el peso de su alma, cada vez más cargada de culpa y llena de sangre de los cortes que una hoja de afeitar infligía a su corazón.
Cuando murió, el tamaño de su cuerpo cabía en un ataúd pequeño, blanco, infantil.
En cuanto al alma, nadie sabe -ni los ángeles- qué fue de ella, si pudo sobrellevar o no la carga de tanto peso y remontar el vuelo. Ni si continuaban sangrando, a pesar de la muerte, aquellas incisiones abiertas por una hoja de afeitar en el corazón.
Compartir la vida. Compartir el peso. Compartir la muerte. Compartir el vacío.
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