Foto: J.X.
En
su infancia se arrodillaba en la cama y rezaba para que Dios no le
matara antes de celebrar la próxima Navidad, o la llegada de los
Reyes Magos y su maravillosa cabalgata, así como otras festividades
cargada de ilusiones y regalos.
Ya de niño, pues, algunas vísperas de fiestas mágicas se sentía más muerto que vivo, y suplicaba ayuda al cielo para vivir otro día más.
Y así fue transcurriendo toda su vida, cayendo y levantándose, ahora de pie, ahora de rodillas. Entre enamoramientos que lo hacían sobrevivir y fracasos que lo derribaban al suelo, haciéndole sentir más muerto que vivo.
Más tarde, ya no había cielo ni Dios a quien rogar, ni nadie a su lado, y todos los días eran víspera de más soledad, como un condenado sin redención, encadenado al vacío.
Rosa Lentini Chao
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