Foto: J.X.
Aunque ella no era creyente, él iba de una iglesia a otra, buscándola. Quería encontrarla a toda costa.
La buscaba desesperadamente para declararle su amor, todo el amor que no le había declarado en vida.
Y pedirle que, desde donde ahora estuviera su espíritu, se sirviera de algún ángel demoníaco para darle muerte, puesto que él no se atrevía a hacerlo. O mejor dicho, temía equivocarse (ya hubo al parecer un primer intento en sus días de juventud), no acertar en la dosis y despertar nuevamente, y volver a sentir aquel frío húmedo, aquel desconsuelo que se acumula en los rincones abandonados de las iglesias y en los armarios de las casas visitadas por la muerte.
Ésta fue la más extraña historia de su vida (algo dantesca) de todas las que me contó en el bar, un día que venía de otra iglesia, desolado, sin haberla encontrado por ningún lado, decía. Por eso malvivía así, a salto de mata, y seguía buscando el amor y la muerte en cualquier iglesia, añadía.
Comentario de "Insurrecta de la palabra":
ResponderEliminarIr de Iglesia en Iglesia buscándola, quizá no sea lo mas adecuado. Teniendo en cuenta su falta de fe, podemos pensar que ella le espera en lugares más cerca de la tierra que del cielo. No le espera todavía en su nueva vida/muerte y espera y recibe con alegría y gratitud sus visitas y ofrendas en el cementerio. No será ella ni el visitante quien decida donde poder de nuevo cogerse de la mano y decirle todos los te quiero que no supo pronunciar cuando la tenía cerca.