No era necesario volver la vista atrás para adivinar todas las esperanzas rotas que obstaculizaban el camino por delante y por detrás.
De todos modos, aún le quedaba una esperanza, lo que él llamaba una esperanza humilde: morir tranquilamente en una butaca de cine de barrio, como un delincuente evadido y, milagrosamente, absuelto en la sala oscura del Tribunal de la Fantasía. Viviendo una vez más en una película de piratas y corsarios navegando por los Mares del Sur, rumbo a una isla lejana y desconocida, donde tantos tesoros se ocultan, según el viejo mapa que un marinero trotamundos lleva tatuado en la espalda.
Comentari de Lluís Nadal:
ResponderEliminarSí, ja només ens queda "una esperança humil".