Foto: J.X.
Deambulaba
solo, cabizbajo, por las calles estrechas y oscuras de la ciudad.
El
faro de una motocicleta le hizo levantar la vista y subió a la
acera. De pronto se detuvo, asombrado. De las altas paredes de una
calle colgaban unos extraños lienzos ensangrentados. Se acercó más
y comprobó que allí estaban colgados una parte de los desastres del
mundo, así como todos los desastres que el había provocado y
sufrido.
Los
lienzos goteaban sangre sobre la acera. Extendió las manos, se las
mojó en la sangre, se arrodilló allí mismo, y pidió perdón por
todo. Arrodillado bajo la misma sangre que no dejaba de gotear de los
lienzos.
El
estudiante de teología del barrio, que lo conocía del bar, dice que
este vecino no creía en Dios, en ningún Dios, aunque siempre pedía
perdón por todo. No sabe a quién o a quiénes pedía perdón, ni
por qué. Al parecer, se arrepentía de lo que había dicho y hecho a
lo largo de su vida. Pero como no era creyente, sino un iluminado sin
fe, nada ni nadie podía absolverle la culpa, o lo que fuera. En fin,
un tipo raro, opina, un visionario que veía lienzos empapados de
sangre colgados en las paredes de las calles.
Una
noche se quedó clavado de rodillas en una calle, bajo la sangre que
goteaba de unos lienzos, y ya no se levantó.
ResponderEliminarQuién sabe si solo él veía los lienzos ensangrentados y, de rodillas, se mojó en la sangre y pidió perdón por todo, a pesar de no creer en nada ni en nadie y saber que nada ni nadie podían perdonarle. Seguramente halló el perdón cuando una noche se quedó de rodillas bajo lo que el veía como unos lienzos ensangrentados, y ya no se levantó.
ResponderEliminarEn una fecha como esta nació mi padre. Y también lo vi morir. A mi madre pude desenvolverle los linos, esparcir su sal y devolverla a a vida. Mi padre en cambio quedó sembrado entre pinos y un silencio rumoroso a agua que fluye. Y a ambos los mantengo vivos y a mi lado. Con mi madre me ataba aquellas mil veces que le pedía la bendición cada día como si en cualquier momento se fuese a desaparecer. Aún se las sigo pidiendo 50 años después. Con mi padre nos dio por inventar lenguajes y señales extrañas que con sólo mencionarlas avivan todo amor. Aún las repito como si fuese una oración que pudiera salvarme de todo mal. En ambos casos, mi querido Albert, he podido trascender el dolor y avivar la memoria como sustancia viva.
Y tu narración de hoy no me resulta ajena a lo que te escribo. Porque cada uno de nosotros, más o menos, llegamos a ver esos lienzos ensangrentados que definen el mundo en el que vivimos. Y no se trata de creer o no creer sino en saber y entender que en medio de un mundo que no cesa de levantar sus lienzos de sangre, hemos tenido el privilegio de sobrevivir para soñar e inventarnos por adelantado un mundo distinto.
Tú lo has hecho de una manera preciosa en tu Pensión Ulises de la cual soy orgullosa hospedera. Y tú has tenido el inmenso privilegio, el gigantesco regalo de la vida de convivir con un ser con quien reinventaste el amor, como quisiéramos se derramara sobre el mundo. Y aunque ella se haya ido, nada ni nadie puede oscurecer el amor vivido que permanece en tu interior y en el de ella. Ten por seguro que cada vez que la invoques con vuestras alegrías niñas, ella se sentará a tu lado. No la despidas porque ella está allí contigo. Y tu tristeza es la de ella. Recomiencen a sonreír.