MUERTE EN EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS

Te apuntas y creces en un partido político, que te encumbra cuando las cosas salen bien para el partido, y te deja caer y te suspende de militancia cuando las cosas pintan mal para el partido, lee la hermana del informático en su móvil.
Moraleja política: no te fíes nunca del poder que dicen que tienes, resume el politólogo del barrio.

El poder, encumbra; el poder, mata (a no ser que seas un dictador longevo e impasible que muere en la cama, satisfecho de su poder y de dejarlo todo atado y bien atado), señala el poeta romántico.

¿Creen de verdad que las cosas que hizo esta señora desde la alcaldía, para bien y para mal, no las aprobaba su propio partido?, pregunta la dueña del bar.

Como en las películas de la mafia, cuando ya no eres útil para la "familia", te dejan caer, y si empiezas a molestar tocando las narices, te hacen desaparecer de un modo u otro, dice la vidente del barrio.

A Rita Barberá la ha matado la suspensión de militancia del PP, que era el orgullo de su vida, replica la cuñada del dentista.

¡Aún no había sido procesada y juzgada, cuando, transgrediendo la presunción de inocencia, ya la declararon culpable en los medios políticos y mediáticos!, advierte la fiscal del barrio.

Aplíquese lo mismo a los demás, que son condenados por unas urnas antes de ser juzgados, replica la sobrina de la peluquera.

La política mata cuando te dejan sola entre la espada y la pared, indica la librera del barrio.

Sobreviven y muy bien, los cínicos profesionales que viven del cuento político votando ahora sí, ahora no, ahora sí, comenta el humorista.

Como en la película El callejón de las almas perdidas, apunta el poeta romántico. 

"El estado de corrupción del Poder, / no lleva sino a la suprema corrupción, / que es la muerte del Poder", cantaban los amigos de mi abuelo, indica la nieta del anarquista.

Todo es muy lamentable, ¡en qué país vivimos, vaya farsantes !, exclama la hermana del informático.

Y ahora a organizar un gran funeral y a derramar lágrimas de cocodrilo, ¿no?, pregunta la vidente del barrio.

Si nos ponemos sentimentales..., dice la hija de la bibliotecaria.

¡El muerto al hoyo, y el vivo al bollo!, exclama la dueña del bar.