I
Era
como si el año 1959 sólo transcurriera en Barcelona, entonces una
ciudad española franquista. Aquel año dos niños, uno de 13 años y
otro de 14, comenzaron a trabajar de botones en una Compañía
de Seguros extranjera, “La Suiza”, con delegación en España, y
cuyas oficinas estaban situadas en el Paseo de Gracia, nº. 28, junto
a la Librería Argos (nombre profético). Como uno de los niños
tenía 13 años, legalmente no podía trabajar aún y por lo tanto
atendía sólo a los recados dentro de la oficina, mientras que el
otro, el de 14, se cuidaba de hacer los recados de la calle.
La
jornada laboral era de 7 horas, de 8 a 15 h., excepto los sábados,
que era de 6 horas, de 8 a 14h. Privilegios de una empresa de origen
extranjero, de capital suizo. De todos modos, el conserje, un ex
guardia civil retirado, y los dos botones, trabajaban más horas,
sobre todo en invierno, puesto que había que encender la calefacción
de carbón una hora antes de que entraran los empleados a la
oficina.
El conserje no participaba en el ritual de la
calefacción, y no siempre era tarea fácil conseguir que “tirara”
la chimenea, con aquellas cerillas prendiendo las hojas de periódico
para intentar encender el lecho de teas, que se resistía a las
llamas, y el misterio del carbón, que a menudo ardía mal y se
apagaba formando una nube de humo asfixiante en la oficina (la
calefacción se componía de dos calderas pequeñas, situadas, no en
un sótano como las calderas grandes de otras oficinas, sino en la
misma planta donde se trabajaba).
También era trabajo de los
botones guardar a diario un montón de máquinas de escribir y de
calcular en un armario cerrado con llave, por temor a los robos, ya
que la oficina, un principal, daba a un terraza muy amplia, propia
del barrio del Ensache. Además, había otras dos putas máquinas de
escribir de carro más largo y peso doble, con soporte de madera y
dos asas, para escribir documentos a doble hoja. Una vez todas las
máquinas guardadas y custodiadas, ya podíamos irnos y salir del
trabajo como los demás. La verdad es que éramos muy rápidos
haciendo este trabajo de custodiar máquinas, y al salir siempre
pillábamos por la escalera o en la parada del tranvía a algunas de
las oficinistas (mejor encontrarnos con ellas que con ellos, aunque
pronto descubriríamos que esas flores románticas no eran para
nuestra edad).
En aquella oficina éramos autosuficientes,
con nevera de Coca-Cola, e incluso disponíamos de una imprenta donde
trabajaban dos empleados que imprimían las pólizas, los partes de
siniestros, los suplementos, recibos y otros impresos de la marca “La
Suiza, Compañía Anónima de Seguros y Reaseguros”.
II
Todo
esta historia, sin embargo, no es más que un prólogo para explicar
que, muchos años después, cuando asistí por vez primera a una
reunión clandestina de jóvenes del PSUC, en un piso de la calle
Ciudad, la jerarquía universitaria allí presente me entregó
enseguida un paquete de panfletos para repartir. Otro paquete, un
paquete más en mi vida, pensé. Lo sopesé, sin decir nada, y simulé
que leía el texto panfletario. Al sentir aquel peso en la mano,
recordé otros pesos, que pesaban mucho más: los paquetes de pólizas
que los dos botones llevábamos a mano a una estafeta de correos de
la calle Aragón o a una agencia de transportes para enviar a la
oficina central de Suiza. Así pues, después de sopesar los
panfletos, me negué a llevarme ese peso a la calle y repartirlo por
las casas. Les dije que antes tenía que resolver unos problemas
existenciales, de mucho peso, y cuando intenté hablarles un poco de
mi escritor preferido (entonces era Kafka) y su peso literario, me
interrumpieron y me dijeron que no éramos más que unos
pequeños-burgueses, Kafka y yo, sin peso político alguno. Otra vez
el peso.
Recuerdo que no me expulsaron de la reunión, ya que
asistí acompañado de unos amigos de Comisiones Obreras, que
trabajaban en La Maquinista. Aquel paquete, aquel peso me miraba con
agresividad desde encima de una mesa.
Cuando salí de aquella
casa, sin embargo, me sentí feliz: Kafka y yo. Con nuestro peso
literario.
Y aunque mis amigos me reprocharon mi actitud y
mis palabras sobre el peso de los panfletos, luego nos tomamos una
cerveza y hablamos de Pablo Neruda, Antonio Machado, Miguel
Hernández, Cesare Pavese, César Vallejo y “Kafka, Kafka, Kafka”,
cantaban los gorriones en la terraza de un bar de la Plaza
Urquinaona, revoloteando de una mesa a otra, con el peso ligero,
suave, de las plumas.
A Teresa Ondina, Eliseo Guillamon Cruz, Belen Soñora Varela y 9 personas más les gusta esto.
ResponderEliminarLurdes Fidalgo Gosto muito!
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Hace 4 horas ·
Angels Pal La herencia decimonona. En la década del Siglo XX se produce un intento de racionalización y control del mercado de los seguros por parte del estado a imitación de otras naciones que tenían un sector mucho más desarrollado que el español, junto con la primera legislación sobre el seguro social - ley de accidentes de trabajo de 1900- se aprueba la primera ley de seguros privados en España en 1908. Este será el punto de partida para el desarrollo de este sector financiero que había tenido un lento crecimiento hasta el momento. Esta normativa, además, nos proporciona las estadísticas oficiales que nos permitían conocer las primas, establecer el ranking de Ramos por compañías, saber su nacionalidad, analizar la concentración geográfica y, a partir de estos datos, establecer las estrategias de crecimiento de las compañías de seguros en el mercado español ...
Hace 4 horas · Me gusta
Glòria Recarey Genial!
Hace 3 horas · Me gusta
Rafael Blanco A los 14 años trabajè por primera vez de botones en una compañoa de seguros y luego fuì auxliar...y me fuì
Hace 3 horas · Me gusta
Angels Pal Pues yo, me pregunto, donde están mis publicaciones.
Hace 2 horas · Me gusta
Angels Pal Esto es un fraude, editorial .., protestó?
Hace 2 horas · Me gusta
Angels Pal 25 Aniversario del fondo de Cultura Económica . Hoy inauguración de la Gran exposición de las publicaciones de esta Editorial en Librería Argos, Paseo de Gracia, 30 .. Distribución en España .. E.D.H.A.S.A.
hace aproximadamente una hora · Me gusta
Angels Pal Era un día hermoso, y yo, quise salir a pasear Pero apenas dio unos pasos, llego al cementerio. Vio e intrincados senderos, muy numerosos y nada prácticos; flotaba sobre uno de esos senderos como sobre un torrente, en un inconmovible deslizamiento. Su mirada advirtió desde lejos el montículo de una tumba recién cubierta, y quiso detenerse a su lado. ..
Oriol Sàbat Àlvarez
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