YA NO HAY HUMO EN EL BAR

Entra la nieta del anarquista y dice que, por fin, ya no hay humo en el bar y puede ver con claridad el rostro de cada uno de los clientes. El humo, pues, ya no cierra mis ojos, como cantaba mi madre.
Cierto que hay menos niebla aquí, responde la hermana de la dueña del bar, pero ver con más claridad el rostro de alguien no significa que puedas confiar en él.
Mientras tanto, el poeta romántico del barrio, más crispado que de costumbre, entra y sale del bar con un cigarrillo apagado, murmurando versos satánicos.
También entra el hijo de la estanquera, sonriendo resignado a las bromas que le hacemos, y nos recomienda la lectura de un libro, Lady Nicotina, del autor de Peter Pan (J.M. Barrie), unos relatos que, con el pretexto del tabaco, nos muestran con humor los absurdos de la vida cotidiana, con humo y sin humo, nos informa el hijo de la estanquera, que sonríe cada vez más con nuestras bromas e indirectas.
Interviene la enfermera y nos advierte que no hay que tomarse a risa lo del tabaco y el humo, que en este país los gobiernos han sido muy inconscientes con los efectos mortales de la nicotina, dice, y sale a la calle con el vaso del cortado en la mano, ¿a fumar un cigarrillo?, no, a tomar el fresco, nos responde. 
Hablando del gobierno, comenta el aprendiz del lampista, ¿sabían que en Catalunya, a partir de ahora, ya no habrá padres ni madres, sino progenitores con hijos? Es para resolver mejor, dicen, el lío de la "custodia compartida".
¿Y los impuestos del tabaco y el alcohol?, esto sí que es una broma de mal gusto, comenta la dueña del bar al salir a la calle a fumar otro cigarrillo.
Antes de irse, el poeta deja sobre el mostrador una servilleta de papel con una Oda al humo.

El becario del suplente del cronista