Edward Gorey, Amphigorey (El ala oeste)
ARETUSA ES UN LUGAR
Silencio. Su presencia da valor a su contrario, marca una cadencia, un ritmo, un tempo. En música el silencio es una nota que no se ejecuta. Se podría decir, entonces, que el silencio es una palabra que no puede decirse a sí misma. Una palabra que se define por una ausencia.
Entrelazada en las junturas del silencio, la palabra toma forma, se alza y significa. El silencio pasa a ser tamiz, si pensamos el lenguaje como un tejido, o podemos llamarlo red y la palabras son los hilos que lo forman.
El lenguaje es lo que somos. Tiene nuestra única certeza.
Es lenguaje es un continuo intento de encontrarse con otro. Un puente de palabra a palabra, y así con los silencios. Cada palabra es una, tiene su peso, escogió estar allí, quien la dejó escrita, quien la cantó o la dijo sabía que era ésa y el fino hilo del silencio, a veces un silencio amplio.
Es la misma ausencia que nos ronda, la muerte del sonido. Pero es ahí donde se engendran nuevas voces, ciclo eterno de la vida-muerte-vida. Cualquiera que faltase, y seríamos otros.
Silencio y palabra dejan de ser opuestos. En el lenguaje oral y escrito. En ellos, nosotros con nuestra era y nuestros muertos, los vivos, la vida de hoy, la cotidianeidad donde el lenguaje ya no es esa mole estática de siglos, sino que cambia de manera continua.
Entonces, ¿cómo decir el silencio y la palabra en este tiempo de ruidos y fantasmas? ¿Dónde encontrar el sitio de unión, el puente que permita el cruce?
Primero se pintó y luego se cantó. La imagen que lleva a la música, la música vierte en lenguaje, representaciones de la canción. Durante el canto, el silencio.
Podría ser la poesía ese lugar. Viejo como nosotros en el presente.
La poesía registra nuestro paso. Intenta acercarse al mundo que se ha abierto y dejado una marca.
Dice también lo que callamos. Es entonces cuando más nos dice. Se pregunta acerca de sí misma, nos interpela. A través de ella, podemos intentar emprender algún camino de regreso a ese pasado, con la sangre y los huesos, y ser conscientes de nuestra humanidad.
Primero se pintó. Se cantaron las pinturas. El lenguaje es palabra y silencio vertidos en imágenes.
El lenguaje de las imágenes es una representación que nos refleja. Las imágenes llegan en silencio, cuando se les da espacio y tiempo.
La poesía es un lugar donde, a través de la imagen, silencio y palabra conforman un elemento vivo, a la que vez que siguen existiendo como silencio y palabra.
En el texto poético es posible la unión sin la pérdida de unidad y, tal vez, sea el único sitio donde nos permitimos ser libres.
La poesía se interroga, decía, nos interpela porque nos enfrenta a nosotros. En el cruce de lo que expresamos y lo que es silencio, nos deja sin respuestas.
En tiempos donde la incerteza no tiene lugar y todo semeja control y orden, el lenguaje nos muestra lo que somos. A través del discurrir poético, a través del símbolo, nuestra existencia real toma forma. Lo que dice es lo que somos, lo que hemos creado. Dice nuestro tiempo, nuestros miedos. Lo que es un murmullo de golpe, lo dice a voces. La poesía nos permite sentir con la intensidad de nuestros orígenes y transmitirlo en el presente.
Nuestra lengua es símbolo y abstracción. La poesía trabaja desde ahí, sabiendo que su materia prima es ante todo representación de un objeto o de una emoción.
A la velocidad con la que está cambiando la forma de comunicación pareciera imperativo el uso de un lenguaje despojado. Abreviado. Pareciera que con eso bastase.
Cambia el soporte y pueden existir fusiones, pero lo que cambia son las formas de comunicación, no nuestro pensamiento.
Una escritura donde el silencio denote la falta de red con la que vivimos, y que esa falta de red sea sacada a la luz por la palabra, es necesaria para no dejar de preguntarnos quiénes somos y quiénes hemos sido. El trabajo poético siempre nos recuerda que seguimos siendo los mismos. Nos enfrenta a esa realidad.
Una poética donde cada elemento que conforma un texto sea complementario del otro, sería pensar en una poética que remite al mito de Aretusa. Era ella una joven ninfa que, sin quererlo, enamoró al dios de un río que quiso tomarla por la fuerza. La joven ninfa pidió a los dioses ayuda y éstos la transformaron en fuente de agua, de la que ese río empezó a nutrirse. Aretusa entonces viajaba en las aguas del río, fertilizándolo, pero sin perderse a sí misma.
El trabajo poético debe ir por el río del lenguaje buscando, entre palabras y silencios, la imagen oculta de Aretusa.
Ximena Holzer
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