viernes, 20 de diciembre de 2024

SOSPECHAS DE AMOR

 

Cuenta la leyenda que una novia, antes de morir en el hospital, le había confiado a su mejor amiga que le escribiera cartas de amor a su novio, como si fuera su espíritu quien se las enviara desde el más allá.

Ese novio era muy vulnerable. Parecía de un cristal tan fino, que sin duda se rompería al recibir un golpe. No podría resistir, afirmaba la novia, la insoportable presencia de la muerte, de su muerte. El tiempo de duelo sería insufrible para él, a tal punto que acabaría matándolo, le contaba la novia enferma a su mejor amiga. Por eso ahora quería pedirle que lo tutelase, que lo acompañase en ese tránsito de dolor, como si él fuera su enamorado, su propio novio. Le rogaba, pues, que le enviara a menudo cartas amorosas, como si éstas fueran escritas inspiradas por la novia muerta. Puesto que él era de una familia que creía en los espíritus, a buen seguro que las leería como una verdadera correspondencia amorosa entre él y la novia muerta. No en vano una de sus tías paternas curaba los celos amorosos que padecían algunos niños y niñas del barrio.

Así, pues, a la muerte de ella, aquella amiga íntima debía hacer de mediadora, o, mejor dicho, de médium, y comenzar a escribir inspirados fragmentos de amor. Haría constar, al final de cada fragmento, que éste cobraba cuerpo bajo la advocación del espíritu amoroso de la novia muerta. Sin más explicaciones, debía enviarlo por mail al destinatario.

Sin embargo, el novio no era tan ingenuo como parecía. Él, pese a ser descendiente de una familia espiritista, siempre tuvo la sospecha que los citados fragmentos amoroso no eran de ella, de la novia muerta, es decir, de su espíritu invocado. Sospechaba, más bien, que debía de ser obra de otra clase de espíritu, un espíritu aventurero de esos que disfrutan entrometiéndose en la vida secreta de los enamorados, y se regocijan todos los días maleando la vida y la muerte con extraños fingimientos de amor correspondido.

El contenido era de una extravagancia mística, de una tal pureza exacerbada, que era imposible que el espíritu de la novia muerta mezclara tantas barbaridades profanas y sagradas a la vez. Eran como plegarias clavadas en flores de plástico, de esas que tanto abundan en cualquier cementerio.

Por otra parte, un indicio revelador del fingimiento amoroso: quienquiera que fuese el mediador o mediadora de tales fragmentos, ignoraba que ella, la novia muerta, era mucho más sensual, fuerte y deslenguada (en caso necesario) de lo que algunos se figuraban al juzgarla demasiado delicada.

Sin embargo, excusaba al remitente, fuera quien fuese. No todo el mundo tiene espíritu suficiente para consolar a un ser dolido por la muerte, ni tampoco la virtud necesaria para curar los celos amorosos de los niños.



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