martes, 9 de mayo de 2023

LA PROTECCIÓN

Foto: J.X. 

Siempre esperaba a que la iglesia estuviera vacía. Entonces aprovechaba para hacerlo: se arrodillaba en el primer banco, frente al altar, y suplicaba protección. Ignoraba a quién se lo pedía, ni concretaba tampoco de qué o de quién debían protegerle. Creía que, humillándose, postrándose de rodillas ante el altar y suplicando protección, ya bastaba. Que era suficiente con pedir ayuda, humillado, mientras el silencio resonaba entre las columnas de aquella iglesia vacía.

Cuentan algunos que necesitaba protección por haber llegado demasiado tarde a sentir el corazón.

Sostenía el peso de la muerte, dentro, muy adentro, intentando hacer revivir a la persona amada, como una flor que brotara en la ceniza.

¿Demasiado tarde? Quizá por eso, para recuperar el amor correspondido que había perdido, solicitaba protección al vacío en la fría oscuridad de una iglesia, donde incluso los desalmados, o los que habían amado demasiado tarde, tenían derecho a entrar sin ser malvistos.

Cuando por fin llegaron y le pidieron identificarse, no supo qué responder. Dijo simplemente que no tenía un domicilio fijo, y que convivía con una amada muerta que llevaba alojada dentro. Sospecharon de sus palabras, lo detuvieron y murió unos días después. No tuvo ninguna protección. 

Cuando él murió, la amada muerta lloraba dentro...

Como dos condenados a muerte que se aman, serían, en el futuro, dos esqueletos amorosos retando a la realidad desenamorada, en un duelo cara al sol y cara a la noche.

Tenían, pues, un futuro amoroso, decía el romántico irónico del barrio, desvirtuando el tradicional poder mágico del amor.


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