lunes, 7 de noviembre de 2022

DE REGRESO

Foto: J.X.

Llegó más tarde que otros días al bar. Pidió una cerveza.

Llovía. Tronaba. Un relámpago cayó cerca, iluminando el fondo del bar donde él acostumbraba a sentarse.

Fue entonces cuando lo dijo: no había escogido un camino de perfección para llegar a la última etapa de su destino.

No iba de vuelo, sino que regresaba. Andaba paso a paso, hacia atrás, a ras de tierra, a ras de culpa.

Estos pasos, este andar lento era su manera de rogar a lo desconocido, desde los márgenes del desconsuelo. Camino sinuoso flanqueado de árboles torcidos, secos, pero de hoja perenne aún, y con ramas de flores vivas. 

A cada pequeño trecho del camino, se le caían trozos de alma, que desaparecían entre los matorrales como si buscaran raíces de dulzura para calmar la sed.

Regresaba. Pernoctó en una casa del dolor.

Vivió allí un tiempo.

Iba de regreso. Volvía de aquel lugar donde se detuvo demasiado tiempo, un extenso y escarpado lugar de perdición.

Después de finalizar su discurso desde el fondo del bar, añadía una palabra, y otra, y otra más: era su manera de soportar el desgarro de la memoria. Con otra palabra más.

Adentro, muy adentro, purificando el envenenamiento de las horas, fluyen restos de amor por la venas rasgadas de la ausencia.

En casa, en la calle o en el bar, cuando no decía nada o hablaba a los desconocidos, estuviera donde estuviese, hablaba con ella y se preguntaba qué vestido de muñeca estaría cosiendo la novia ausente, la novia muerta.

Se aseaba y se cambiaba de ropa, todos los sábados, para acudir a la cita con ella en el jardín cerrado, bajo los dos cipreses. 

Pero ambos se extravían. No se encuentran.

Perdida la voz, la mirada, el tacto.

Pérdida, perdida, pérdida, perdida.

Extraviados.

Un gusano retraído en el pétalo húmedo de una flor.

Plegaria por la sangre derramada, amorosa.

Plegaria a lo desconocido.



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