Foto: J.X.
Era él quien, primaveras y veranos, cerraba las puertas del fondo de los bares para que no hubiera corrientes de aire.
Exhausto, su cuerpo se inclinó junto al precipicio y cayó de bruces, abismo abajo. Sin embargo, no llegó a tocar el fondo.
Una última palabra surgió de la pared rocosa del abismo, como si fuera una rama.
Y se quedó ahí, prendido, balanceándose entre la pared rocosa y la última palabra. Hasta que el peso de su cuerpo delgado, el azar y la resistencia de la última palabra lo permitieran.
Era él quien, primaveras y veranos, cerraba las puertas del fondo de los bares para evitar las corrientes de aire, que le resfriaban el cuerpo y el alma.
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