Foto: J.X.
Por mucho que él anduviera, no dejaba huellas.
Pese al bulto que arrastraba, no dejaba ningún rastro en el polvo de los caminos, ni en la arena de las playas, ni en el suelo de las casas, ni en la suciedad de las calles de la ciudad.
Como si él y el bulto que arrastraba no hubieran pasado jamás por ningún lugar.
Andaba por andar, según el viento, como las nubes, sin destino alguno.
Como si nunca hubiera existido.
¿Qué bulto arrastraba?, se preguntaban quienes lo veían pasar arriba y abajo.
Pero todo era silencio.
Ya era demasiado tarde para hacer preguntas.
Uno de los cuatro amigos que aún le quedaban, explicaba a los curiosos del barrio, que ya de joven, por culpa de un mal de amor, andaba por las calles sin corazón, y de ahí que no dejara huellas, que no dejara ningún rastro al andar.
Porque había perdido, ya entonces, en su juventud, el peso del corazón.
Andaba y andaba, hasta caerse muerto. Pero luego se levantaba y seguía andando.
Hasta que un día cayó en un matorral de flores silvestres y malas hierbas, y las hojas y los pétalos lo cubrieron para siempre.
Dicen que lo que acabó con él no fue un sueño de amor, ni una tristeza amorosa, sino un desgarro del alma. Puro desgarro. Le faltaba la vida. Le faltaba la muerte.
Un relato del dolor del amor que siempre acecha a los enamorados. Cuando dices que le faltaba la vida y le faltaba la muerte, yo veo a su espíritu liberalizarse de estos dos estados naturales.
ResponderEliminarEl alma no tiene balanzas, por eso no se puede pesar, ni sentir nada, ni dejar huella del dolor. El alma es leve y parece no existir hasta que resulta herida, es entonces cuando deja rastro y nos advierte que ya no puede más.
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