Foto: J.X.
No era huérfano, pero murió de orfandad.
Me contaba, en nuestros encuentros en el bar, que tenía un fuerte sentimiento de orfandad, que seguramente provenía de la orfandad real de su madre, que se quedó huérfana de padre y madre a los cuatro o cinco años de edad.
Eran cinco hermanos: cuatro varones y ella, la hermana pequeña, hijos de una familia muy pobre. A la muerte de los padres, solos y sin saber qué hacer, se distribuyeron por distintos pueblos de Catalunya, donde tenían familia, yendo los más pequeños a vivir a casas de los parientes más allegados. La niña fue a parar a casa de una familia de Lleida, propietarios de tierras, bosques y dos masías donde vivían los aparceros cuyas tierras trabajaban.
Esta familia adoptiva tenía tres hijos varones mayores que la niña, a quien trataron siempre con mucho cariño y respeto al verla tan pequeña, bella y delicada.
A los veinte años, se casaría con uno de los tres hermanos, el mediano (que se había ido a trabajar a Barcelona y se alojaba en casa de una tía paterna y de su marido, propietario de una tienda de comestibles).
Una vez casados en la misma iglesia del pueblo, se fueron a vivir a Barcelona, a casa de la tía, en cuya tienda él ya trabajaba desde la muerte del marido en la guerra civil.
Cuenta que su madre estaba muy ilusionada y enamorada tanto de su marido como de él, su hijo, amor que era correspondido por ambos.
Él, sin embargo, conservaba aquel sentimiento incurable de orfandad que había recibido de niño como un legado de tristeza de su madre, que ella sintió toda la vida, igual que después le ocurriría a él.
Hace unos pocos días, antes de morir, me dijo que ese sentimiento de orfandad había crecido con los años. Que lo sentía con mucha más intensidad desde que desapareció su novia una noche, hace ya tiempo, dejando la puerta abierta y siendo arrastrada escaleras abajo por la muerte.
Ésta fue la revelación del dolor de un amigo, en la barra del bar
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