Cuando la muerte subía y bajaba por la escalera, furtiva, y no rozaba aún la puerta de casa.
Las palabras remediaban la vida absurda de cada día.
Cuando la muerte entra sin llamar a la puerta, indiferente y mal educada, todas las palabras fracasan, y ya no hay consuelo posible.
Cuando la muerte es tanta, sale y rebosa de los bolsillos, y cuelga de la ropa como flores secas recogidas del suelo con dolor.
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