La muerte te sube a la boca, te hiela la lengua y la parte a trozos con un punzón, como hacían los carniceros y otros tenderos con las barras de hielo para la nevera, en tu infancia.
Una infancia de barras de hielo y espíritus, cuando una hermana de tu padre, tu tía la hechicera, curaba los celos amorosos de los niños, en la trastienda, con una imposición sagrada de las manos en la cabeza. A cambio de nada, o de unas flores, a veces, que las madres le ofrecían como regalo, agradecidas por la curación de los celos amorosos del niño o la niña.
Y algo mas tarde empezaron a llegar esas barras de hielo, en trozos, a las casas, ya tenia mucha gente su neverita donde conservar los alimentos. Seguramente la tía espiritista tuvo más trabajo curando los celos de los niños que aún no tenían nevera en casa.
ResponderEliminarGoya Gutiérrez Lanero
ResponderEliminarAlberto Gimeno
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