Foto: J.X.
La
sangre amorosa estigmatiza la piel.
No
humedece las manos, ni se reseca en los puños de las camisas. Ni se
detiene con la muerte.
La
sangre amorosa empapa a la muerte como si fuera ropa usada, pero no
se detiene allí, en los límites húmedos del cuerpo que ha sido
robado por la muerte. No atiende a las reclamaciones que hace ésta,
la muerte, persiguiendo a la sangre amorosa.
Pero
la sangre amorosa sigue fluyendo, sin derramarse en la huida.
Asciende
y desciende. Volverá, y penetrará a escondidas en las heridas más
hondas y mortales del corazón. Lo rescatará, cosiendo los desgarros
del alma.
Sin
derramarse, continuará fluyendo. Sin derramarse ni perderse.
No
se para nunca, no puede ser detenido el amor que late en la sangre
amorosa, porque ella no se derrama ni se pierde como las otras
sangres, las de vida y muerte.
Gotea,
sí, sobre las calles, también en los bosques y en los ríos, gotea,
pero no se derrama, no desaparece en el mar. No es sangre que se
derrame y manche los cuerpos y la tierra. La sangre amorosa no se
pierde matando sangre.
No
es sangre vertida por la enfermedad o por la maldad.
No
es la sangre que se escapa del cuerpo, reseca en la tierra,
extraviada en el mar. Si derraman la sangre del cuerpo, fluirá más
viva la sangre amorosa, más allá de la vida, más allá de la
crueldad y la muerte. Es sangre furtiva que nada ni nadie puede
detener ni matar.
La
sangre amorosa no puede ser derramada.
A
pesar de las heridas más profundas, ninguna muerte, ninguna
crueldad, con sus cuchillas tan afiladas y traidoras, tendrá
dominio para derramar nunca la sangre amorosa.
ResponderEliminarLa sangre amorosa, una sangre capaz de invadirlo todo sin causar los daños que produce la otra sangre, la de la vida y la muerte. Sangre amorosa que humedece sin inundar, que protege sin derramar, solo gota a gota y recorre cauces llenos de amor.