Foto: J.X.
No tenían cada propia.
Vivían en un piso de 60 metros cuadrados, con un balcón y una ventana, ambos llenos de macetas de flores.
Era un piso de alquiler, de renta baja y contrato antiguo (mal denominado “indefinido”), pero no se sentían tranquilos en aquella casa. Ya habían intentado desalojarlos hace años, acosándolos mediante averías constantes, interminables (o provocadas) en los depósitos de agua de la finca. Con lo cual se veían obligados a ir a buscar agua a la fuente de una plaza, trajinando cubos de agua arriba y abajo por la calle y la escalera (un viejo edificio, sin ascensor). Gracias a las denuncias de los escasos vecinos (la casa tenía entresuelo y cuatro pisos, uno por rellano) habían conseguido, por fin, que instalaran el agua corriente, y dejaron de ser trajinantes de agua pública, como aquellos “aguadores” de antaño.
Pero ahora, con la ausencia de la novia muerta, y solo, la casa le parecía más extraña y ajena que nunca. Otra vez se repetía la historia: esa casa no era su casa.
Lo mismo le ocurría a ella, según le contó un espíritu bajo lo soportales de un Paseo. Los funcionarios del cementerio querían trasladar a la novia muerta, desalojarla, e instalarla en otra estancia. En un sitio escondido del cementerio que él no pudiera descubrir, y así ya no brindarían más con un botellín y unas copas de champán, como venían haciendo.
Ninguno de los dos, pues, tenía casa propia, ni antes ni ahora. Esta fue la causa determinante del rapto de la novia muerta por los espíritus, que la trasladaron a su bosque secreto para que él pudiera visitarla y brindar con ella siempre.
"Siempre. Más allá del fin de los tiempos, donde resplandecerá la sangre amorosa, sin que nada ni nadie pueda derramarla en ningún tiempo, en ningún espacio. Será la casa propia de cada uno y de todos", concluyó el espíritu.
(Bajo los soportales, a poca distancia de donde se le había aparecido el espíritu para informarle del desalojamiento de la novia muerta, dormía profundamente un vagabundo, entre cartones, que le cubrían medio cuerpo y dejaban al desnudo los pies, que pese al frío nocturno no llevaba calcetines. Observó que del dedo grueso del pie derecho colgaba una mascarilla anti-viral, y se lo comentó al espíritu.
"El vagabundo también tendrá casa propia, pero no aquí, en esta maldita e injusta tierra, sino en un espacio separado del mundo y del universo en el que estamos, como predice otro espíritu del bosque: En aquella franja finísima que da a otro universo, cuidado por la sangre amorosa”, añadió el espíritu, antes de regresar al bosque.
De donde nadie será desalojado, pensaba él, mientras subía la escalera de la casa extraña, ajena, aunque esta vez volviendo con más sosiego gracias a las palabras iluminadoras del espíritu.)
ResponderEliminarBona metàfora del problema de l'habitatge que amenaça els vius i els morts d'un desnonament injust.