Foto y miniatura: J.X.
Aunque en apariencia se diría que era una pareja equilibrada, acostumbrada a caminar por el hilo de alambre del circo donde trabajaban, a una considerable altura y sin red en la pista, la verdad es que cada día les era más difícil actuar y mantener el equilibrio.
Ella tenía restos de todo el amor del mundo en los dedos y sabía extender bien los brazos y las manos, con soltura y elegancia, y toda ella se volvía más alada, más ligera al andar sobre el hilo de alambre.
Pero él, al tener restos de toda la tristeza del mundo en la boca, aumentaba el peso que sostenía el alambre y acababa por desequilibrarlos y hacerlos caer en la pista de arena. A causa de todo ese peso, de toda esa tristeza que él acumulaba, pronto sufrieron espectaculares caídas, y ambos -él cojeaba mucho más que ella- fueron despedidos un día del mundo del circo.
El circo necesitaba artistas aladas y ligeras como ella, pero no funambulistas cargados de peso como él -que su delgadez congénita disimulaba-, les dijeron, ofreciéndole a ella, sin embargo, la oportunidad de seguir actuando, pese a cierta cojera. Ella no aceptó la oferta: se había mal acostumbrado a la caídas que él provocaba, y, además, le quería, respondió, sin dar más explicaciones.
Se fueron cogidos de la mano, ambos cojeando y haciendo acrobacias por la calle, a su manera, como forma de despedida del mundo profesional del circo.
Pero serían funambulistas siempre, hasta que llegara la caída fatal, se dijeron.
Actuaban en la calle y en fiestas populares de pueblos y ciudades, e insistían en poner el hilo de alambre a una altura considerable, sin red protectora alguna.
Ella se mató al hacer un equilibrio improvisado para salvarlo a él de otra de sus frecuentes caídas. Ambos cayeron. Ella murió al golpearse la cabeza contra el suelo. Él sobrevivió, más cojo y con todo el peso de la tristeza en la boca.
Desde entonces, abandonado y vagabundo, iba cojeando por calles solitarias, sosteniéndose apenas sobre un alambre colocado a una altura aproximada de medio metro, en el que realizaba equilibrios ridículos, mínimos, como si fuera un niño. Representaba payasadas y tocaba el saxofón mientras andaba sobre ese alambre como si fuera a caerse, para divertir al público de aquellas plazas de los pueblos y de los barrios bajos de las ciudades.
Cojeando y con una copa de más, murió arrollado por varias bicicletas eléctricas de unos turistas que corrían por una calle peatonal.
Este es un cuento que da para un guión de cine, y de la historia de muchos personajes que vivieron en esas carpas o barracas improvisadas por esos mundos humildes de ferias donde hacían circo y teatro con una escoba
ResponderEliminarMuy Bueno