Foto: J.X.
Después de tanto hablar y hablar, de tanto discutir en vano en todos los congresos del vacío...Después de perder el tiempo, después de malgastar días y noches, después de exterminar tantas vidas, alguien pronosticó, tras años y años de abandono, que todo se reducía a una cuestión amorosa.
Una cuestión de sangre amorosa que fluye por las venas y sube al alma.
¿Por qué no todo el mundo, aun disponiendo en principio en su naturaleza de esa sangre amorosa que fluye por las venas e impregna el alma..., por qué no todo el mundo la conserva?
Cuando quería explicarlo, se abalanzaron sobre él y le arrancaron la lengua: creyeron que derramaban su sangre. Se equivocaron de sangre. No era su sangre amorosa. No entendían lo ocurrido.
Los asesinos ignoraban -e ignoran- que la sangre amorosa no puede ser derramada por unas simples manos o cuchillos, ni por ningún otro instrumento, ni con frascos del odio más mortal podrá ser envenenada.
Los asesinos siempre ignorarán que la sangre amorosa alimenta las raíces del bosque de los espíritus, cuyos árboles, plantas, flores y manantiales, al ser cuidados por la delicadeza de las novias muertas, devuelven al mundo la sangre que no se puede derramar, la sangre amorosa.
Los asesinos, por suerte casi siempre ignorantes, no saben que por más que lo intenten no podrán derramar la sangre amorosa, que solo fluye para alimentar las raíces del bosque con sus árboles, plantas, flores y manantiales, que, cuidados por las novias muertas, devuelven al mundo la sangre amorosa.
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