Foto: creaturopa.com
No lo dice ni lo dirá.
No por temor a ser un chivato de sí mismo.
Ni tampoco por el qué dirán los otros.
Tampoco pretende ser un testigo protegido, como en los juicios penales, antes de confesar y denunciarse a sí mismo.
No importa el castigo, la condena a cadena perpetua o la muerte.
Se trata de otra cosa.
No puede expresarlo de ningún modo.
No confesará nada.
Simplemente, no lo dice ni lo dirá
porque es demasiado tarde.
Demasiado tarde para decirlo.
Cuando la vida se resquebraja como una pared húmeda, que ya no es posible reconstruir, y te quedas sin protección, el viento te derrumba y se acaban las palabras.
Caen, inaudibles, las palabras, como hebras de un hilo de voz que se va rompiendo, y ya no puedes siquiera embastar las sílabas. Cuerpo y alma, deshilachados.
Pero siempre tendrás la sangre amorosa de tu parte, advierte una voz. Hables o no hables, digas lo que digas, tendrás la sangre amorosa contigo, a tu favor, declara una voz en el interior de una piedra.
Cuando ya no hay voz de donde brotan las palabras, ni sílabas que las formen y la vida se resquebraja: no deberíamos llegar a estos extremos para recurrir a la sangre amorosa. Lo adecuado sería recorrer lo que nos queda de vida al lado de esta sangre que nos conforta y ayuda a poder gritar, a decir en voz alta, todo lo doloroso de nuestra vida.
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