Foto: J.X.
A
partir de aquella tarde, ya estuvo siempre sin compañía.
No
había ninguna voz a su lado.
Las
raras veces que salía a la calle, más que nada para hacer
ejercicio, lo hacía a una prudente distancia de los otros cuerpos y
de las otras almas (lo explicaba así).
Le
acosaban los ruidos de las calles, la algarabía de las voces, pero
en realidad no oía esas voces. No escuchaba ninguna palabra, ninguna
voz. No sabía ni le interesaba lo que pudieran decir.
Seguía
andando por cualquier parte, solo, entre el ruido de las calles y las
voces. Andar por andar. Así llegó a la playa solitaria, al
atardecer. Era a finales de septiembre.
Un
trozo de alma colgaba de un cubo de basura, en la playa, cerca del
lugar donde alguien había arrojado al mar un puñado de ceniza,
entre las flores de un ramo deshecho.
Mientras
se adentraban en el mar, las hojas y los pétalos de las flores
parecían desprender lágrimas. La ceniza ya no se veía.
Saludó
con la mano, y se fue.
Es tan poco probable que vuelvan las cenizas a la orilla de una playa, como evitar encontrar y oír a gente de la que quieres esconderte y huir.
ResponderEliminarmeravellòs poema en prosa, frases que fan mal i consolen, no trobo paraules.
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