Foto: J.X,
Éste
es un cuento de pocas palabras narrado por el espíritu que resbala
con las flores:
Cuentan
en el bosque que hubo una vez un niño que por resentimiento a la
muerte, dolido por la herida que mató a una niña, se resintió de
la muerte y la maldijo toda la vida. Por la niña, por la novia
muerta, maldijo a la muerte y se resintió de la vida.
Muchos
años después, murió de tristeza. Cuando la muerte fue a reclamar,
satisfecha, a quien ya había vivido demasiado tiempo doliéndose,
maldiciendo y pecando, no lo encontró donde debía estar.
No
encontró al culpable por maldecirla, al hombre que había pecado por
resentimiento. No encontró al hombre, sino a un niño muerto por
amor.
Aquel
hombre había muerto siendo un niño, un niño que se había negado a
crecer, por amor, desde la muerte de aquella niña.
No
existía, por lo tanto, un hombre pecador entre las manos de la
muerte, sino un niño muerto de amor.
Cuentan
que la muerte arrastra su propio resentimiento por el fracaso de los
dos niños muertos. Que la muerte anda atada a una cadena enorme que
va sangrando por todos los caminos de pueblos y bosques por donde
pasa.
A mi amigo del alma. Viajan en tu alma el amor y la muerte en la misma medida. Y tengo la
ResponderEliminaresperanza de que el espíritu que resbala por las flores, en algún momento de arrebatada lucidez
haga girar la vida que nos queda hacia las aspas del amor sobresalido, para que allí donde
sigue instalado pueda minimizar los paisajes de la muerte y hacer las ofrendas necesarias
a la celebración de lo vivido. Para que no ocurra lo de aquel niño muero de amor.
Y que si ese episodio llenó de resentimiento a la muerte por su propio fracaso, que la dejó
atada a una enorme cadena que va sangrando por todos los camios de pueblos y bosques por donde pasa, es tiempo de que tu amor agigantado, resuelva las contradicciones y abrace con
fuerza la viva vivida que no se extinguirá jamás mientras tu corazón le cante a la alegría.